19.6.12

Pequeña, gran tarde con Sam.



 Era un día caluroso, lo cual era raro ya que estaban en Septiembre. Sam se sentó en el quinto banco del parque de al lado de su casa como hacía desde hace cuatro semanas. Quedaba ahí con Lucas para pasar un rato en buena compañía. Los martes y los jueves; de 3 a 5 y media. Sam, tan diferente como de costumbre, llegaba al quinto banco diez minutos antes de su encuentro. Observaba cómo los verdes árboles se zarandeaban de un lado para otro y las frágiles hojas caían sin rumbo alguno. Y entonces, como cada día que se sentaba ahí, empezaron a aparecer las personas, ajenas a su vida, que protagonizaban la historia de esos grandes diez minutos.
 Apareció la pequeña Natalia con sus dos trenzas mal hechas. Siempre con el boli en la mano, siempre murmurando pequeñas frases de amor. Saltando y riendo de la mano de su padre pasó por al lado de dónde se encontraba Sam. La niña sonrió a Sam enseñando esos pequeños dientes aún por caer.
 Sentado en el banco de enfrente, el anciano Giorgio, daba de comer a las pequeñas e indefensas palomas. Cada día que pasaba se iba consumiendo más y más sentado en ese tranquilo banco. Pero él era feliz alimentando a las palomas que no tenían nada que comer, era feliz ayudando a los demás.
 Paula e Iván caminaban muy cerca el uno del otro. Una ráfaga de aire se posó sobre el delicado flequillo de la chica y dejó al descubierto un rostro sonrosado y lleno de vida y felicidad al estar al lado de él. Iván sólo de dedicaba a ser un buen amigo acompañándola al instituto y explicándole viejas historias que la hacían enamorarse cada día más y más. Porque, sí, se veía a kilómetros que estaban destinados el uno para el otro. Aunque ninguno de los dos lo supiese.
 El camarero de la esquina empezó a sacar las mesas y las sillas afuera. Siempre puntual, siempre haciendo su trabajo. Era lo que le gustaba pero necesitaba algo más, se notaba que necesitaba algo más. Una chica, con el pelo despeinado y el rímel esparcido por toda la cara, se sentó en la silla que acababa de poner el camarero. Ella estaba triste y él, en cuanto se miraron a los ojos, notó una chispa que le hizo sonrojarse.
 Era la historia de diez minutos, de seis personas desconocidas, de instantes que cambian la vida y que, irremediablemente, son para bien. Sam, atenta a cualquier cambio en la historia, fijándose en cada detalle, no se percató de que Lucas estaba de pie a su lado hasta que él murmuró:
 -Sam tengo que decirte una cosa muy importante. Es complicado pero debes saberlo.
 Sam sonrió a pesar de sus extrañas palabras y se dio cuenta de que, la verdadera historia, estaba justo delante de ella, con las manos sudorosas y una mueca de esperanza pintada en la boca. 


(¿Veis? Sigo aquí, con una sonrisa de oreja a oreja y no, esta vez no me volveré a ir. Me quedaré aquí para siempre.) 
*Laura. 

8.6.12

Los Juegos del Hambre.

''Es el primer beso del que ambos somos plenamente conscientes. Ninguno está debilitado por la enfermedad o el dolor, ni tampoco desmayado; no nos arden los labios de fiebre ni de frío. Es el primer beso que de verdad hace que se me agite algo en el pecho, algo cálido y curioso. Es el primer beso que me hace desear un segundo. 
Sin embargo, el segundo beso no llega. Bueno, sí, pero no es más que un besito en la punta de la nariz.''
-Katniss Everdeen.


(Lo sé y lo siento. Estoy harta de lo examenes y me alegra decir que ya voy por los últimos. Juro y rejuro que a partir del día 22 me tendréis siempre, siempre por aquí.)
*Laura.